lunes, 16 de noviembre de 2015

DE AMOR YA NO SE MUERE.



Ana, suspiraba cada vez más, y con cada aliento que salía de su boca, liberaba el dolor de aquella herida que llevaba abierta en medio del pecho. La noche pasada habían discutido, ultimamente sólo hacían eso, pelear como dos perros rabiosos y luego sucumbían a la necesidad de amarse con locura, sin medida, sin límites, con las ganas de aquellos que nunca se han amado y que sin embargo lo hacían cada noche, cada tarde.
Daniel miraba el móvil, no había mensajes de ella, había sido muy duro con Ana la noche pasada, duro y firme, todo se había terminado para él, a pesar que la amaba más cada día, a pesar que por mucho que intentara huir de todo, su ser, su alma le pertenecia.
El silencio de Ana era una puerta para sentir por un día algo de paz, una paz aparente, ya que sentía a Daniel en la distancia como si él estuviera a su lado. Recordó sus palabras, esas que la desgarraron por dentro, sobre todo cuando le dijo que de amor ya no se muere. Y ella se estaba muriendo, y no era por el amor que se procesaban que era eterno ya que compartían la misma alma, no, moría porque el miedo de uno y del otro de entregarse en su totalidad les impedía que ese amor se expresara con libertad. El terror a ser heridos los separaba, el pavor de ser abandonados, decepcionados, engañados y manipulados los estaba matando a los dos. Y apesar de esa aparente separación su misma alma se replegaba así misma para besarse, mimarse y acariciarse hasta el infinito.



 
 



© LOLA SÁNCHEZ

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