viernes, 20 de noviembre de 2015

Ella voló...



María se lo había advertido muchas veces, tantas que se quedó muda y ahora el frío silencio era una muralla entre ellos. En su jardín las rosas se estaban secando, un abrasador sol las iba marchitando cada día más. Él se había a distanciado de ella, vivían juntos pero eran como dos desconocidos, la rutina la iba ahogando envenenándola. Había estado ciega, se había entregado demasiado a alguien que no hacía lo mismo y estaba desgastada.

"Por favor, sé más cariñoso conmigo"le había pedido ella a él, y su respuesta le quitó la venda de los ojos, "Soy así, no puedo cambiar". Y todo lo que él representaba para ella comenzó a  derrumbarse como un viejo edificio  sin inquilinos. Ella moría, moría porque él le negaba el agua, el aire, y la vida...  La magia había desaparecido. Había llorado mares y estaba seca como un desierto. Posó sus manos en su corazón y antes del amanecer lo escuchó "Vuela, vuela alto, libérate de todo" y escuchando  a su alma ella emprendió un nuevo camino, sin él. Ella Voló, libre.




© LOLA SÁNCHEZ

Encuentro en otros mundos.



“La fiesta de Dionisos se desarrollaba en el corazón de la foresta. Ella había ido temerosa, había salido de su árbol,  pues era sólo una joven ninfa del bosque, alguien sin experiencia en las celebraciones de la primavera, donde la diosa Maia brindaba fertilidad y prosperidad en copas de vinos con el dios de la embriagadez y su corte. Y Mientras Pan tocaba su pequeño flautín, los faunos, selenos y sátiros con las ménades bailaban sin cesar. Escondida tras un arbusto asomó su cabeza para ver el espectáculo, pues Maia, derramaba de sus manos semillas que luego germinaban en la tierra fresca, una explosión de abundancia emergía de las plantas, que florecían y daban frutos al ritmo de los címbalos y tambores. Sus ojos se posaron en él, era un sátiro de mediana edad, experimentado en las artes amatorias, y él le respondió devorándola con la  mirada, la llamó con aquella voz que la hipnotizó por completo. Sin saber por qué, ella acudió hasta su presencia, liviana y excitada por la curiosidad de conocerlo, por saber que era lo que bullían en las profundidades de su vientre que la atraían hacía él cómo las mariposas nocturnas por la luz. Y él tomó sus manos, y ese simple contacto hizo que su temperatura se elevara. Sin saber porque, ella confiaba en él, sin saber, y sólo con el sentir, supo que ya se conocían, porque habían coincidido en otros mundos, en otros lugares de ensueños, con otros roles y otros cuerpos.  Él la llevó a bailar, y con cada movimiento, con cada roce el fuego que en ella dormía como una simple ascua comenzó a crecer de forma vertiginosa, a unos niveles que no pudo controlar. Y él supo a través de sus llameantes pupilas que ella estaba preparada para él, lista para amarla como nadie lo había hecho jamás, pues era un maestro en hacer feliz al sexo contrario, pues la satisfacción de sus amadas era la felicidad de él. Las caricias entre las brisa del atardecer, los primeros besos que parecían pequeños trinos de pájaros, fueron creciendo, hambrientos, como rapaces que vuelan sobre el cielo divisando su presa a lo lejos. Mordiscos, chasquidos sonoros se pasión, las lenguas enredadas como hiedra trepadora. Ella sucumbió a su embrujo, y aquella tarde se convirtió en noche de pasiones desenfrenadas, de anhelos satisfechos, de  lujuria de colores de un paisaje de mayo,  que se derrama por sus cuerpos fundidos en uno sólo, unidos por el sexo voraz que los atas, y la vez, los libera de todo. Se amaron de tal forma… tan hermosa y extraordinaria, que una parte de ella quedó en él y una parte de él quedó en ella para la eternidad”. 



© LOLA SÁNCHEZ

lunes, 16 de noviembre de 2015

DE AMOR YA NO SE MUERE.



Ana, suspiraba cada vez más, y con cada aliento que salía de su boca, liberaba el dolor de aquella herida que llevaba abierta en medio del pecho. La noche pasada habían discutido, ultimamente sólo hacían eso, pelear como dos perros rabiosos y luego sucumbían a la necesidad de amarse con locura, sin medida, sin límites, con las ganas de aquellos que nunca se han amado y que sin embargo lo hacían cada noche, cada tarde.
Daniel miraba el móvil, no había mensajes de ella, había sido muy duro con Ana la noche pasada, duro y firme, todo se había terminado para él, a pesar que la amaba más cada día, a pesar que por mucho que intentara huir de todo, su ser, su alma le pertenecia.
El silencio de Ana era una puerta para sentir por un día algo de paz, una paz aparente, ya que sentía a Daniel en la distancia como si él estuviera a su lado. Recordó sus palabras, esas que la desgarraron por dentro, sobre todo cuando le dijo que de amor ya no se muere. Y ella se estaba muriendo, y no era por el amor que se procesaban que era eterno ya que compartían la misma alma, no, moría porque el miedo de uno y del otro de entregarse en su totalidad les impedía que ese amor se expresara con libertad. El terror a ser heridos los separaba, el pavor de ser abandonados, decepcionados, engañados y manipulados los estaba matando a los dos. Y apesar de esa aparente separación su misma alma se replegaba así misma para besarse, mimarse y acariciarse hasta el infinito.



 
 



© LOLA SÁNCHEZ