Y mientras escucho
la guitarra de Vicente,
recorro los
pasos
de aquellos que se fueron,
como el agua que cae
en cascada en el mar.
Tus ojos verdes en mi entrecejo,
mi pequeña manita en tu
inmenso pecho.
Paseos largos por los coloridos campos.
Naturaleza latente
mostrada por tu paciencia infinita.
La materia se marchita,
como rosas bajo un
abrasador sol.
Los tesoros más hermosos se guardan en el corazón.
Allí vive tu
sonrisa
y los cuadrados de tu vieja camisa.
La palabra inventada “garrifufa”,
el
canto de tus alondras y perdices.
Tardes donde el frescor de poniente
se
detenían
en tu retina para siempre.
Noviembre de castañas del recuerdo,
carbón y cisco en el
brasero.
Bailando contigo entre juegos.
Maravilla de la vida efímera y eterna.
Todo queda grabado en las altas esferas.
Y aunque invisible ahora,
jamás he dejado
de sentir tu presencia.
Y en las noches
de doradas estrellas
apareces en mis
sueños
para seguir viéndonos,
y así voy rellenando
cada hueco
de tu ausencia,
con nuevas vivencias
en las realidades
de otras frecuencias.
© LOLA SÁNCHEZ